lunes, 24 de febrero de 2014

Reflexiones sobre la formación inicial del profesorado, por Antonio Raya Trenas

Reflexiones sobre la formación inicial del profesorado, por Antonio Raya Trenas, profesor del Departamento de Psicología en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Córdoba.

¿Cómo podríamos aumentar la calidad de nuestro sistema educativo desde la formación inicial del profesorado?

Basta con encender el televisor o echar una ojeada a un periódico para obtener una buena dosis de pesimismo, de derrotismo, de rabia y de impotencia, al ver como en estos años se están generalizando situaciones que antes eran bastante marginales. Hambre, enfermedades, empobrecimiento progresivo, desahucios y, por supuesto, deterioro del estado del bienestar y de los recursos públicos. Este último aspecto es el que mayor oportunidad estoy teniendo de presenciar, pues este empobrecimiento progresivo de los recursos públicos afecta tanto a mi vida personal como, sobre todo, a la profesional.
Desde mi posición como profesor en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UCO, recibo cada nuevo curso, junto con mis compañeros y compañeras, un aluvión de nuevas ilusiones materializadas en chicos y chicas que quieren convertirse en maestros y maestras, y familias que hacen un esfuerzo cada vez más grande en su empeño de no sucumbir ante una realidad, jamás vivida por los de mi generación, y que a día de hoy podemos dar por asumida: las actuales promociones de titulados superiores tienen una perspectiva peor que las pasadas.
Cada nuevo curso ingresan sólo en los grados de maestro de mi facultad casi 500 alumnos, de los que un altísimo porcentaje consiguen terminar con éxito. Se estima que este año, en el que terminará la primera promoción de graduados en educación infantil y primaria, saldrán de mi facultad unos 400 nuevos maestros (unos 20.000 si sumamos los que saldrán del conjunto de las universidades andaluzas). ¿Necesita Andalucía 20.000 nuevos maestros cada año? Basta con echarle un vistazo a las ofertas de empleo público para encontrar la respuesta.
No conozco el dato, pero probablemente las tiendas Decathlon o Carrefour de nuestro país, por citar algunas, tengan unas de las plantillas con mayor nivel cultural del mundo. Y es que es en estos lugares donde, con suerte, terminan encontrando trabajo muchos de nuestros egresados. ¿Por qué se mantienen entonces año tras año estas ingentes ofertas de plazas en nuestras universidades? ¿O esta oferta tan generosa no es algo generalizable a todas las titulaciones?
Evidentemente no. Formar a un maestro, a un graduado en Relaciones Laborales o a un Psicólogo es, permitidme la frivolidad, bastante barato en comparación, por ejemplo, con un médico, donde las plazas están mucho más limitadas. Es en estas carreras “low cost” donde nuestros gobiernos encuentran la fórmula perfecta para no tener que negar a nadie su “derecho” a unos estudios superiores, permitiendo así que las familias desarrollen ese sentimiento de “deber cumplido” al conseguir que su hijo o hija llegue a la universidad.
El lado positivo de esta situación es que estamos consiguiendo que un buen volumen de la población alcance un mayor nivel cultural que el que pudieron alcanzar generaciones anteriores. Lo negativo desde luego es que este proceso, que nos hace más cultos y más libres, también genera en nosotros unas mayores expectativas que nos llevan, en muchos casos, a estrellarnos contra la cruda realidad.
No quiero con esto dar la imagen de estar en contra de una educación superior libre y universal. De hecho, soy de los que piensa que cuando la universidad pasa por ti, no sólo te proporciona unos conocimientos técnicos, sino que te hace más libre, más crítico y con mayor capacidad para elegir y decidir. Te llena de valores positivos que se generalizan al resto de tu existencia.
Pero, juguemos a imaginar un panorama bien distinto. Un panorama en el que el número de egresados de los grados de maestro sólo pudiese ser superior en un pequeño porcentaje al número de plazas posibles de calidad ofertadas mediante un sistema similar al de los MIR en medicina.  Seguramente serían maestros bastante mejor formados, por lo menos a nivel práctico. Además, los que consiguiesen entrar tendrían unas expectativas infinitamente mejores que las que tienen actualmente, la nota de corte de selectividad estaría en torno a los 12 puntos y probablemente la profesión recuperaría un prestigio que últimamente está bastante deteriorado.
En la otra cara de la moneda, imaginemos unos estudios de medicina a los que podrían acceder cada año unos 20.000 alumnos en Andalucía. ¿Sería viable económicamente manteniendo el nivel de calidad y de medios actual? A buen seguro que no. Todo el sistema se deterioraría, las prácticas disminuirían en calidad y cantidad y, necesariamente, nuestros médicos acabarían mucho peor formados y con unas pésimas expectativas laborales.
Probablemente haya pecado de atrevido al hacer esta comparación, y nada más lejos de mi intención que generar polémica entre colectivos. Lo que sí pretendo con esta comparación es llamar la atención sobre lo que realmente podría hacer que la calidad de la formación inicial del profesorado realmente mejorase. Nuestra clase política, encabezada actualmente por el Sr. Wert, hace un uso perverso de la palabra calidad, cuando ignoran que la calidad va de la mano de los recursos, de tener un proyecto claro y unas finalidades aún más claras. La calidad no pasa por convertir las facultades de Educación en institutos de Educación Terciaria, en el que mantener a los jóvenes con la cabeza ocupada.

1 comentarios:

tenti dijo...

De la pregunta inicial ¿Cómo podríamos aumentar la calidad de nuestro sistema educativo desde la formación inicial del profesorado? podría deducirse según la lectura del artículo, que una respuesta sería disminuir la oferta de plazas y/o adecuar este número al de la oferta pública.
Encuentro algo parcial esta respuesta y falta de conexión con la pregunta.

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