martes, 11 de noviembre de 2014

¿Tratamiento A o B?, por Antonio Soriano Márquez

¿Tratamiento A o B?, por Antonio Soriano Márquez, Licenciado en Psicología por la Universidad de Granada, Psicólogo del Instituto Provincial de Bienestar Social de Córdoba y padre.

Quisiera plantearle el siguiente supuesto: imagínese que usted o un familiar es atendido en un hospital y allí, tras hacerle una serie de pruebas diagnósticas, le informan de que sufre una enfermedad que llamaremos X. Dicha enfermedad X puede ser tratada con 2 tipos de tratamientos, A y B, y que es usted el que debe elegir uno de ellos. Del tratamiento A, si bien se viene utilizando durante 50 años, no existen estudios científicos que hayan demostrado su eficacia, aunque esto no ha impedido que muchos médicos defiendan su utilización, a pesar de que las estadísticas sobre la enfermedad X muestren una evolución poco o nada favorable al aplicarse dicho tratamiento. Por otro lado, está el tratamiento B, cuya eficacia sí viene avalada por numerosos estudios científicos controlados, además de estar dando unos resultados claramente superiores a los del A, pero no hay tantos facultativos que sepan administrarlo, siendo por tanto de menor aplicación por esa falta de personal cualificado y por su menor grado de conocimiento.
¿Cuál elegiría?
Si en vez de tratamientos médicos, estuviéramos hablando de métodos educativos,  ¿cuál elegiría? O más directamente, ¿cuál suele elegir en su práctica docente? ¿A o B?
Las “enfermedades” (1) de nuestro sistema educativo también disponen de distintos tipos de “tratamientos”, con efectividades y grado de utilización claramente diferenciados. Los hay clásicos, “lo que siempre se ha hecho”, que, debido a ese apego al pasado, cada vez están más lejos de la realidad y necesidades actuales de los destinatarios, los/as alumnos/as. Quienes practican dichos métodos no se plantean demasiado si el resultado que obtienen es mejor o peor ya que, de ser negativo, se responsabiliza al destinatario o al sistema y si es efectivo, se explica por las habilidades del emisor.
Por otro lado, hay quienes no se conforman con los procedimientos establecidos por la costumbre y deciden poner a prueba la tradición. Son aquellos que primero observan y detallan qué está ocurriendo e identifican el objetivo sobre el que quieren actuar (por ejemplo, el fracaso escolar), se informan sobre qué estrategias han obtenidos los mejores resultados a la hora de abordar el problema en cuestión y lo aplican con rigor y constancia para, finalmente, volver a observar y medir qué cambios se han producido.
Volviendo a nuestro ejemplo, existe un tratamiento A, existe la “medicina basada en la evidencia”(basada en las pruebas)(2), en la que las decisiones  clínicas son las que se derivan de un uso racional, explícito, juicioso y actualizado de los mejores datos objetivos aplicados al tratamiento de cada paciente. De igual forma, existen una psicología y educación basadas en la evidencia, en la que los métodos y estrategias han de ser aquellos que hayan demostrado con pruebas y datos empíricos que dan los mejores resultados (otra cuestión, previa y de vital importancia, sería ponerse de acuerdo respecto a qué significa “los mejores resultados”: ¿personas felices, autónomas, colaboradoras, creativas o personas competitivas, obedientes, predecibles...?).
Si hacemos lo de siempre, obtendremos los resultados de siempre... o cada vez peores, por el distanciamiento progresivo que supone mantener sin actualizar actitudes y métodos cuando la realidad a la que deben dar respuesta cambia cada vez más deprisa. ¿Por qué, si esto resulta tan obvio, seguimos esperando y nos extrañamos de que todas aquellas “enfermedades” del sistema educativo no mejoren si nos resistimos a  introducir los mejores “tratamientos” y seguimos usando los mismos que hace 30 años?
¿No es posible que, precisamente esa resistencia al cambio, a la actualización de conocimientos y métodos, el rechazo a la evaluación y puesta a prueba continua del quehacer diario en los centros educativos, sea una de las principales causas de todos esos males endémicos de la educación?
“Pero, en mi centro hacemos muchas actividades nuevas y estamos en muchos proyectos y programas para mejorar la educación, !no estoy de acuerdo con eso de que no estamos cambiando!”, es posible que esté pensando en este momento. Pero no me refiero a si celebran el Día de la Paz, sino a si el Aula de Convivencia es algo más que un espacio para apartar al que “rompe” la paz del aula para que escriba 100 veces “no volveré a...”, no me refiero a si celebran el Día del Medio Ambiente, sino a si van en bici/andando al colegio o si lo hace en coche, no me refiero a si usa la pizarra digital como moderno proyector de transparencias, sino si la utilizan para implementar nuevas formas de aprendizaje que fomenten la participación activa de los alumnos, no me refiero a si hace un concurso para premiar a los que más leen, sino a si esto aumenta el gusto por la lectura o solo desmotiva a los que ya están motivados intrínsecamente para leer (3). Me refiero a si se han parado a pensar, más allá del “activismo” compulsivo, si esas actividades y métodos mejoran significativamente la convivencia, la conciencia y comportamiento medio ambiental, o el gusto por la lectura respectivamente, o si, simplemente, es lo que viene escrito en el Plan de Centro, en un “copia y pega” desde hace años.
No se trata de lo que yo crea o de lo que usted crea, ni de votar para ver quién tiene más apoyos en su creencia, sino de lo que podemos o no podemos demostrar, de que métodos y procedimientos educativos funcionan y cuáles no. Afortunadamente, cada vez hay más información fiable sobre cómo debemos actuar para conseguir una mejora educativa real, ejemplos lejanos y no tan lejanos de otras formas de educar que funcionan mejor y haciendo más agradable el camino (4).
Sin negar las muchas trabas (en aumento en los últimos tiempos) que el sistema interpone a la hora de llevar a cabo una educación más humana, más eficaz y eficiente, y más adaptada a las necesidades de los/as niños/as y de los propios profesionales, la  mayor dificultad está dentro, en el interior de cada uno de nosotros, en la dificultad para soltar lo trillado y arriesgarse con algo nuevo, en el miedo a hacer las cosas de otra manera, a recorrer otro camino, quizás por primera vez en mucho tiempo, en definitiva, a dejar a un lado el papel de “el que sabe”, para ser de nuevo alumno. A los que sí están en ese proceso, mi admiración; a quien lo está pensando, mi apoyo; a quien cree que es imposible o incluso una tontería, mi más sentido pésame.

NOTA: Para aquellos que aún dudan, que se cuestionan y no se sienten en posesión de la VERDAD, se abre desde Educan 2.0 un espacio de reflexión y consulta en el que les invitamos a que expongan sus dudas, tanto si es padre/madre como profesional de la educación (o ambos), para que desde la psicología basada en la evidencia, en las pruebas vs la opinión, vayamos aprendiendo a elegir aquellas estrategias que más y mejor puedan aportar al conocimiento y mejora del comportamiento humano y, por ende, a la educación.

Notas y para ampliar:
(1) Espero que la analogía médica utilizada no le haya confundido, porque nada más lejos de mi intención que medicalizar el sistema educativo, más de lo que ya está. Evidentemente, ni en los colegios hay enfermedades que tratar (al menos no lo son muchas como el TDAH), ni  los niños son enfermos, pero es tentador ir repartiendo etiquetas y diagnósticos a diestro y siniestro, porque simplifica y nos deja tranquilos: "Se comporta así porque es "X"". Pero eso será motivo de reflexión en otra ocasión.
(2)http://es.wikipedia.org/wiki/Medicina_basada_en_la_evidencia 
(3) Paradoja del incentivo o de la teoría del refuerzo de De Charms (1968). Esta implica que si se aplica un incentivo o reforzador (p.e. Premio al que más libros lea) cuando alguien ya está motivado intrínsecamente para realizar un conducta (p.e. Leer), esta conducta disminuye su frecuencia

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