miércoles, 17 de junio de 2015

Es la metodología, hombre... la metodología, por Jesús Cimarro Urbano

Es la metodología, hombre... la metodología, por Jesús Cimarro Urbano, Profesor de Educación Física y Asesor en el Centro del Profesorado Priego-Montilla.

Hace unos días, coincidiendo con un compañero docente, conversábamos sobre la situación de la educación en la actualidad, todo ello a colación de las noticias aparecidas en distintos medios de comunicación sobre el giro que van a dar los centros jesuitas de Cataluña, en cuanto a su modelo pedagógico y su estructura organizativa. Me llamó enormemente la atención el titular de la noticia: “La Escuela que viene. Un modelo sin libros, sin asignaturas, sin horarios y sin exámenes”, el cual comparto en gran medida, aunque con ciertos matices. Me vino al recuerdo aquel estupendo programa de divulgación científica que presentaba Eduardo Punset los domingos por la noche, REDES. En algunos de aquellos programas dedicados a la educación, personas relevantes como Ken Robinson, Curtis Johnson, Richard Gerver y otros reputados personajes  ponían de manifiesto la necesidad de introducir cambios en los sistemas educativos nacionales para superar la originaria concepción del modelo procedente de la revolución industrial, y de la que hoy día se conservan bastantes elementos. Por ello, se enfatizaba la trascendencia de iniciar una verdadera innovación disruptiva en educación.
La llamada sociedad del conocimiento, donde las nuevas tecnologías han irrumpido con tanta fuerza, hace necesario un cambio de paradigma en el contexto educativo, que dé respuesta a las nuevas realidades sociales. Si vivimos inmersos en un proceso de aceleración histórica, donde la información se multiplica exponencialmente y, donde lo que hoy es válido, mañana quedará obsoleto, no podemos seguir anclados en un modelo educativo sustentado en el siglo XIX, en la acumulación de conocimiento.
Un hipotético análisis de la situación actual nos conduciría a la detección de una problemática de carácter multidimensional, que no es consecuencia de una o varias causas simples, sino de diferentes factores de gran complejidad. Si nos reuniésemos un grupo de docentes podríamos, incluso de manera caótica, enumerar una serie de cuestiones que nos pueden preocupar, en mayor o menor medida, y que serían susceptibles de modificarse para introducir procesos de mejora en el sistema. Si en esa relación estableciésemos un procedimiento de jerarquización, posiblemente, la cuestión que se hallaría en el pico de una hipotética pirámide sería el hecho de los continuos cambios legislativos a que la profesión docente se ha visto sometida en los últimos 25 años. Demasiados, en mi opinión, y sin la base de un pacto político que pudiese permitir asentar unas bases estables al respecto. Se ha producido una ideologización del currículum poniendo el foco mediático en cuestiones irrelevantes y olvidando la necesidad de analizar los verdaderos problemas que emanan del sistema educativo. Esa situación de volatilidad normativa ha generado y genera en el profesorado, primero, inquietud e incertidumbre, para evolucionar a un estadio de hastío, confusión y desánimo.
Dicha variabilidad legislativa se ha caracterizado por normativizar y reglamentar la profesión hasta la extenuación, donde el margen de actuación del profesorado se ha visto restringido de forma importante como para poder implementar medidas acordes a esas nuevas necesidades antes referidas. Se ha construido un complejo entramado burocrático que asfixia al profesorado, además de tener una dudosa funcionalidad en su quehacer diario. La administración, pues, parece refugiarse en la gestión burocrática en lugar de acometer cambios en la gestión de aula. Aunque se manejan conceptos como autonomía pedagógica, adaptación al entorno (contextualización), atención a la diversidad, etc., estos entran en contradicción con la propia estructura y medidas que propician y favorecen la homogeneización en la mayoría de actuaciones.
Alfons Cornella, una de las personas referentes en innovación en el panorama nacional, define que los procesos de innovación sólo pueden producirse en la periferia, y esto, traducido al contexto educativo, significa que esos procesos sólo podrían florecer en entornos de características muy específicas y saliendo del patrón común de centro educativo: colegios rurales, los antiguamente denominados centros de compensatoria, PTVAL, etc. La excesiva reglamentación de la profesión asfixia y constriñe cualquier intento serio de innovación, abocándolo al fracaso o sencillamente impidiendo su puesta en funcionamiento. Considero, pues, que el entorno no incentiva la posibilidad de cambio.
Es por ello que, ante este panorama, mi compañero y yo, además de analizar esta realidad, no veíamos claro cuál podría ser el camino a seguir para vislumbrar una solución a esta encrucijada. Cambian las leyes, cambian las normas, cambian los centros, pero las prácticas educativas no han evolucionado lo suficiente como para adaptarse a una nueva realidad y requerimientos mucho más complejos. Dado que en toda esa cadena el docente tiene un escaso margen de influencia, ya que escapan a su responsabilidad muchas de esas cuestiones, sí que coincidimos en que el ámbito de su actuación es el más relevante, y este no es otro que lo que ocurre en el aula: la práctica educativa.
Es indudable que la práctica educativa ha ido evolucionando, pero no lo suficiente, ni en la dirección necesaria. Todavía el libro educativo sigue ocupando un lugar preponderante, siendo el recurso educativo por excelencia, en lugar de un recurso más. Las estructuras individualista y competitiva en el aula prevalecen respecto a una estructura basada en la cooperación. La secuencia explicación-ejercicios-examen continúa siendo la base sobre la que se desarrollan muchos de los temas del currículum. La inflación burocrática merma la existencia de tiempos para la reflexión entre el profesorado, lo cual, a su vez, dificulta la existencia de procesos colaborativos entre docentes, minimizándose las experiencias interdisciplinares. La escasez de tiempos para reflexionar nos convierte en autómatas, postergando nuestro espíritu crítico frente a actitudes gregarias. El centro educativo sigue sin abrirse lo suficiente al entorno y a las familias, necesitadas de otorgarles una mayor implicación e impacto. Y así podríamos continuar exponiendo situaciones que requieren, cuanto menos, de una rigurosa revisión.
Pero, ¿qué se puede hacer desde nuestro prisma? Ambos llegamos al mismo punto de encuentro. La metodología es la clave. No tenemos influencia en la redacción de leyes y normas, estas a su vez condicionan muchas de nuestras actuaciones, pero lo que ocurre en el aula, que es lo realmente importante, sigue estando en nuestra mano, y es ahí donde tenemos repercusión. Si entendemos que el libro es un recurso didáctico más. Si hacemos un uso de las TIC cribado por cuestiones didácticas y pedagógicas para evitar el uso de programas y aplicaciones sin más. Si el trabajo por proyectos transita desde una práctica utilizada de forma puntual hacia una de carácter habitual, donde la investigación o actividades solidarias con impacto en el entorno próximo tengan el peso e interés necesario. Si el aprendizaje cooperativo asume protagonismo en detrimento de estructuras individualistas de organización en el aula. Si el centro educativo se transforma en comunidad de aprendizaje abriéndose al entorno y superando ese hermetismo y opacidad tradicional por el que se ha caracterizado. Si el aprendizaje dialógico y reflexivo se constituyen en base de nuestras dinámicas de trabajo, tanto entre compañeros como con el alumnado, de manera que sustituyan automatismos e inmovilismo pedagógico. Si, en definitiva, estamos abiertos a salir de nuestra zona de confort educativo, son muchas las posibilidades que tenemos de contribuir con nuestra pequeño grano de arena a transformar la educación (“piensa en global, actúa en local”), sin necesidad de esperar a que las respuestas y las soluciones nos vengan dadas desde una instancia superior, que en muchos casos desconoce o está alejada de la realidad diaria del trabajo docente.
Por ello, tras un breve silencio y después de exponer todas estas cuestiones, ambos llegamos a la misma conclusión: “ES LA METODOLOGÍA HOMBRE… LA METODOLOGÍA”.

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