miércoles, 27 de enero de 2016

Rebelión en la mochila, por Sara Nevado Nevado

Rebelión en la mochila, por Sara Nevado Nevado, Maestra de Inglés del CEIP Juan Alfonso de Baena, en Baena.

Los ronquidos eran prácticamente imperceptibles, pero afortunadamente existían. Era una prueba evidente de que la reunión sería todo un éxito, no habría interrupción alguna.
Allí se encontraban todos reunidos en el escritorio. Puntuales como se les había pedido. El reflejo de la luna se podía ver en el espejo del armario. Tan solo estaban en octubre y ya el cansancio acumulado día tras día estaba agotando a todos y cada uno de ellos, incluido al que se encontraba entre sábanas.
Empezaron a cuchichear entre sí. Exponían las peripecias que habían tenido que pasar para llegar a donde se encontraban. A medida que las conversaciones avanzaban su enfado se hacía cada vez más evidente, pero habría que matizar, más que enfado era indignación.
Y así fue como de pronto el señor compás decidió tomar la palabra, se puso de pie y alzó la voz para captar la atención de los presentes:
- Bien, queridos compañeros y compañeras, como sabéis, nos encontramos reunidos para tratar el asunto que nos inquieta, que es bastante más serio e importante de lo que a priori pudiera parecer. ¿Qué os parece si dibujo un círculo y nos acomodamos en él para poder vernos unos a otros?
Todos asintieron, se apartaron y el elegante compás giró su cuerpo de forma armoniosa, como si estuviera en una pista de patinaje sobre hielo, se dejó llevar y dibujó su pirueta en forma de círculo. Y así fue como comenzó la asamblea.
Comenzaron a hablar sobre su realidad. Coincidían en que, por suerte, aún no habían sido manoseados y mordisqueados, pero el tiempo corría en su contra. Sus formas se encontraban prácticamente intactas, el color inalterado, y un olor a nuevo que a la mayoría les gustaba aspirar. Sin embargo, en menos de un par de meses esa apacible realidad cambiaría.
El lápiz pidió la palabra. Contó que le encantaban esos paseos que el niño le daba por la clase cuando iba a sacar punta, así podía despejar su cabeza de la tediosa y aburrida hora del copiado. Explicó que no comprendía por qué cuando el niño era castigado debía escribir cien veces "No debo levantarme de mi silla sin permiso". Cuando sabía por la experiencia de sus primos los lápices más viejos que eso no servía para nada y que el niño al cabo de unas semanas volvería a levantarse. Después de repetir una y otra vez esa frase al pobre lápiz le dolía la cabeza ¡No os podéis imaginar cuánto! Decía. Todos escuchaban atentamente sus impresiones.
En la asamblea y sentados cerca del flexo se encontraban las acuarelas y los rotuladores, se encontraban muy entristecidos. Se suponía que ellos eran alegres, su colorido evidenciaba su vitalidad, pero no era el caso. Estaban hartos de pintar año tras años absurdos paisajes y objetos prediseñados, no podían llenar de color otras superficies que no fueran el folio de papel. Y por supuesto, continuamente se sentían bajo presión, ya que eran continuamente evaluados por aquella mirada adulta, que no les dejaba abrir su espíritu creativo. Y ¡ay del pobre rotulador o cera si se salía un poquito de los bordes del dibujo! Eran situaciones enfermizas, que estresaban tanto a ellos como a aquel niño con pelito rizado que se encontraba en el séptimo sueño. Fue en aquel momento de reflexión en el que se encontraban cuando la acuarela de color verde se dirigió a sus compañeros y dijo casi con lágrimas en los ojos:
- ¡Ojalá el contenedor en el que vinimos desde China nos hubiera llevado a Finlandia, en lugar de aquí! Allí por lo visto sí que se trabaja bien. Los niños y niñas están motivados, saben que lo que aprenden tiene su porqué y dicen que incluso son felices en la escuela. Resulta increíble, ¿verdad?
Sin embargo, allí se encontraba el lápiz bicolor que miraba para todos lados, él nunca daba su opinión porque lo mismo le daba ser rojo que azul. A él todo le venía bien. Que había que subrayar las ideas principales de un texto histórico que no estaba adaptado a la edad del alumnado, no pasaba nada, él lo hacía. Que otro día tenía que hacer un esquema sobre las plantas sin haber visto nunca una en clase, no había de qué preocuparse y así un largo etcétera. Él simplemente se dejaba llevar, era feliz.
Las tijeras, no obstante, se pronunciaron rápidamente:
- No podemos comparar a ese país con el nuestro, ya que allí las tijeras se utilizan para crear maquetas, juguetes, recortar tela para hacer ropa para los teatros y marionetas, ayudamos en la cocina y hasta en el jardín. Y aquí nos han utilizado para recortar presupuesto en educación. Nos sentimos utilizadas, nosotras no quisiéramos hacer ese trabajo, pero una tal Troika nos obliga. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos nosotras cortar esta situación?
El subrayador fosforito, que era muy inteligente, siempre sabía lo que era importante y primordial y lo que no. Había estudiado mucho durante toda su vida, se había paseado por miles de apuntes y libros y con el paso del tiempo había aprendido a diferenciar. Aunque algunas veces no lo tenía muy claro y andaba confundido, pero llamaba a su amigo Tipex y problema resuelto. ¡Para eso están los amigos! Fue así como él propuso la idea de una huelga, una auténtica huelga de bolígrafos caídos. ¿Qué os parece?
Todos los allí presentes comenzaron a debatir su opinión en pequeños grupos. Los pros y contras que la huelga acarrearía, cómo organizarse, cómo dar a conocer su realidad y concienciar a los otros materiales escolares que al día siguiente se verían en la escuela, etc.
Pero de pronto, se oyó un ruido que casi despertó al niño. PLASH, PLASH, PLASH. Era la regla sobre la mesa. Ella enfurecida no tardó ni dos segundos en pronunciarse, sin duda era la más seria y recta de todos ellos. Todo tenía que estar medido milimétricamente, con ella no había lugar para la improvisación. La espontaneidad no formaba parte de su vocabulario. Era más o menos como la seño Pili del cole. Así es que ella no comulgaba con las opiniones de los demás. Ella se encontraba a gusto con su trabajo y no secundaría la huelga. Así es que ya eran dos, el lápiz bicolor y ella. Qué duda cabe que sus decisiones fueron respetadas. Aunque para su sorpresa en un futuro no muy lejano se alegraría de los beneficios de la huelga.
Y así fue como a la mañana siguiente, cuando el niño de pelo rizado fue a la escuela y comenzó a sacar su material y a trabajar con él, se dio cuenta que no funcionaba. Las tijeras no cortaban, las ceras no pintaban, el lápiz no escribía, las hojas del cuaderno no paraban quietas, con lo cual no podía escribir en él. Miró a su alrededor y comprobó que las ceras de la niña de al lado tampoco coloreaban y fue así como poco a poco se armó un revuelo en toda la clase. Nadie comprendía nada. ¡Incluso el inquisidor bolígrafo rojo de la maestra de poner las notas, los positivos y negativos dejó de servir! ¡Menuda revolución!
Y así fue como sin darse cuenta viajaron a Finlandia aunque se encontraran a miles de kilómetros y nunca salieron de aquella escuela. Todo sucedió cuando a la maestra no le quedó más remedio que buscar alternativas para poder trabajar y de esta forma volver a hacer funcionar a los materiales. Comenzó a idear nuevas tareas, más motivadoras y creativas. Ya no repartía fichas para colorear sin ton ni son, sino que los niños ahora pintaban grandes murales, jugaban con la arcilla y creaban artesanía, crearon un huerto, donde in situ los niños y niñas comprendían eso que año tras año habían visto en los libros de “cono”; ahora trabajaban la escritura con actividades diseñadas a través de los intereses del alumnado, los cojines se esparcían por el suelo para que todos pudieran deleitarse con aquellos magníficos cuentos que las abuelas y abuelos invitados les contaban, habían preparado un concurso de fotografía para explicar problemas matemáticos y hasta hacían recetas de cocina en el aula.
Fue así como poco a poco y con esfuerzo, la alegría volvió a esa clase, todos se sentían mejor, la maestra irradiaba felicidad por el trabajo que llevaba a cabo, los niños y niñas estaban ansiosos por llegar a la escuela cada día para aprender y todo el material escolar volvió a dar todo lo mejor de sí para ayudar a enseñar a esos increíbles niños y niñas.
¡Y colorín, colorado este increíble pero veraz relato en pleno siglo XXI aún no se ha acabado!

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