Cipión y Berganza van a la escuela. Manuel del Árbol 3


3. En el texto de la LOMCE se apuesta por la competitividad como motor de mejora. Esta cuestión ha sido criticada argumentando que la cooperación es un valor inherente a la educación. ¿Qué reflexión les merece? ¿En qué lugar quedaría la mutua colaboración entre alumnos/as y centros?

Se ha hablado mucho sobre la competitividad en la LOMCE. En la actualidad parece que los gobiernos tienen un “ataque de competitividad”. Hay varias formas de pensar en esto. Creo que en los años 90 España se sumó a la propuesta de orientar la Educación hacia un desarrollo de competencias. Se redactó posteriormente la Constitución Europea firmada en Lisboa, y en ella se contemplaban ciertos compromisos. Deprisa y corriendo porque habíamos olvidado nuestro compromiso como estado, hacia 2006 se promovió el concepto de competencia educativa. Todo se orientó al trabajo en competencias, porque así entendía Europa (y la OCDE) que era la forma más eficaz de desarrollar un tejido productivo con trabajadores creativos y eficaces, un marco adecuado para la innovación, de acorde con la vocación de una sociedad de primer orden en el conjunto mundial. Aquí llegamos tarde y mal. No se tomó en serio este cambio. Se ha querido hacer convivir esta forma de trabajo con un currículo extensísimo y con otros muchos problemas, como la falta de formación y motivación de los profesionales, que han visto estos cambios como otro “invento” más. Hemos perdido “trenes” importantes por estar enzarzados en otros asuntos, por todos conocidos en estos momentos (no hace falta más que mirar).
En la LOMCE se habla de competitividad en alusión al sistema productivo, y desde este punto de vista no es nueva la relación entre sistema productivo y sistema educativo. Yo creo que es fundamental esa reflexión. No se puede conseguir una sociedad con ciudadanos creativos y formados, motores del mundo de los próximos cincuenta años, si nuestro sistema educativo no es eficaz y orientado a facilitar que cada alumno pueda desarrollar sus capacidades al máximo. Dudo que esta Ley, o cualquier otra por sí misma, puedan solucionar esto sin un verdadero interés de todos los estamentos sociales. Y por supuesto, cualquier apuesta por la competitividad del alumnado en el entorno escolar me parece una aberración. El entorno escolar debe estar protegido, abierto al pensamiento y a la creatividad, a la iniciativa, y cerrado a cualquier injerencia que pueda intervenir negativamente en el desarrollo de nuestros alumnos y alumnas. Últimamente se han recibido demasiadas presiones sobre alumnos y centros, y va siendo hora de que nos dirijamos hacia otro sitio. Toda presión tiene su efecto inmediato aparentemente favorable, pero también su contraindicación, que tarde o temprano aflora. Hay que reivindicar una escuela sana con un entorno alejado lo más posible de los conflictos, por otro lado inevitables, que puedan afectar negativamente al desarrollo de nuestros alumnos e hijos.

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